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Las coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique: la historia y la muerte

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Las coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique: la historia y la muerte

Prof: Mariel Cardozo, Literatura Española II, CeRP Maldonado

Índice

1.     Contexto histórico. 1

1.1 División de las coplas. 1

 1.2 La historia y las coplas. 2

 2.     Concepción de la muerte en las coplas. 5

 2.1 Apuntes preliminares. 5

 2.2 La concepción de la muerte en las coplas. 6

 2.3 La muerte de don Rodrigo. 8

 2.4 Apuntes finales. 9

 Bibliografía. 10

 

1.      Contexto histórico

Jorge Manrique nació probablemente en Paredes de Nava (Palencia) en 1440.  De origen noble, su familia tuvo prestigio y poder en la corte de Castilla.  Fueron sus padres don Rodrigo Manrique, Condestable de Castilla, conde de Paredes, señor de Belmontejo y caballero de la Orden de Santiago, a quien llegó a llamarse “el segundo Cid” por la fama de guerrero y de Doña Mencía de Figueroa.  Emparentado por línea paterna con Gómez Manrique y por la materna con el Marqués de Santillana Íñigo López de Mendoza, hombres de letras, fue como ellos también guerrero.  Jorge Manrique intervino junto a su padre Rodrigo en las luchas civiles que se dieron en Castilla durante el reinado de Juan II, en defensa del bando del infante don Alfonso contra Enrique IV y posteriormente con la infanta Isabel, (quien sería la reina Isabel, apodada la Católica), contra Juana la Beltraneja. 

En el período de seis años de su vida del que se ha conservado  documentación se sabe que participó en batallas junto al clan familiar: en 1470 luchó en Ajofrín (Toledo), en 1474 en Montizón fue nombrado Comendador de la orden de Santiago y obtuvo el Trecenazgo de la Orden al tiempo que su padre era designado maestre de la Orden, en 1476 ayudó a su padre en la reconquista de las villas de Uclés y de Ocaña en poder del segundo marqués de Villena Diego López de Pacheco, acompañó a don Rodrigo en su lecho de muerte acaecida en ese mismo año, cayó prisionero en Baeza en 1477 durante el asedio de dicha ciudad en el que falleció su hermano Rodrigo y murió en 1479, antes de los cuarenta años, dirigiendo un ataque contra el castillo de Garci-Muñoz.  Según la tradición las coplas que nos ocupan en este análisis fueron encontradas entre las ropas que vestía al morir.

1.1 División de las coplas

Siguiendo la clásica división de las coplas en tres partes de acuerdo a sus contenidos:

1)      coplas 1 a 14, reflexión sobre la fugacidad de la vida humana,

2)      coplas 15 a 24, referencias a los personajes ilustres del pasado reciente de Castilla, y

3)      coplas 25 a 40, celebración de las hazañas y virtudes de don Rodrigo y la serenidad con que recibió a la muerte.

se expondrá a continuación la forma en que el breve contexto histórico al que hicimos referencia está autocontenido en la obra.

Don Rodrigo y sus hijos vivieron un período de guerras civiles en Castilla.  Con el paso de los años, uno a uno los personajes de la historia castellana, con su fulgor y poderío, van siendo eclipsados y desaparecen.  En la citada segunda parte de las coplas se hace alusión a una serie de personajes ilustres del pasado reciente del autor que, pese a sus sobrados méritos, poderes y riquezas, no pudieron vencer a la muerte, la única invicta y victoriosa para siempre.  Al decir de Salinas, Manrique sigue un estricto orden en lo que jerarquía se refiere para nombrar a los principales protagonistas castellanos del siglo XV, no al orden cronológico de su desaparición: el rey don Juan, sus primos los infantes de Aragón, su heredero don Enrique, otro hijo el infante don Alfonso, el Condestable Álvaro de Luna y los maestres de la Orden de Santiago Juan Pacheco y Pedro Girón. 

Todos pasaron por la vida de don Rodrigo, antes de que él mismo acudiera a su encuentro con la muerte.  En las coplas, el ubi sunt latino es castellanizado “¿qué se hizo?” o “¿qué fue?” y se pone en el contexto de la contemporaneidad del poeta.  Condestables poderosos, duques, marqueses y condes, pese a sus hazañas se desvanecieron, nada queda del esplendor de las suntuosas cortes y de la vida palaciega, de los caballeros, de “las justas y los torneos/ paramentos, bordaduras/ y cimeras”, de la belleza de las damas “¿Qué se hicieron las damas,/sus tocados, sus vestidos,/sus olores?”.  Todo fue fugaz, la gloria vana de las vidas no dejó huella. Todos fueron vencidos por la muerte, a la que nada ni nadie se le resiste: “cuando tú vienes airada,/ todo lo pasas de claro/ con tu flecha” (copla 24).

Se indicarán a continuación en orden cronológico los hechos históricos de los que el poeta fue testigo y protagonista y se señalarán las referencias con las coplas. 

1.2 La historia y las coplas

En la copla 14 se introduce en el pasado reciente para ejemplificar el poder igualador de la muerte: poderosos reyes y emperadores, Papas y prelados, “así los trata la muerte/ como a los pobres pastores/ de ganados”.  En la copla 15 se profetiza que tanto la gloria de antiguos troyanos y romanos como la de sus contemporáneos está condenada al olvido: “vengamos a lo de ayer,/ que también es olvidado/ como aquello”.  A partir de la copla 16 el poema invoca a los más célebres castellanos que han participado en las recientes guerras civiles, de las que, como se dijo, los Manrique tomaron partido, de tal forma que la historia reciente de Castilla en el siglo XV se entremezcla en la trama poética.

El año 1445 fue muy significativo en la vida de don Rodrigo.  Ese año falleció su esposa doña Mencía, la madre de Jorge, y él cayó derrotado en la batalla de Olmedo, importante hito de la guerra civil castellana que tendrá su lugar en las coplas.  Los bandos enfrentados tenían, por un lado a Juan II de Castilla, y su poderoso Condestable, don Álvaro de Luna, por el otro al infante de Aragón don Enrique, primo de Juan a la vez que su cuñado (Juan estaba casado con María de Aragón hermana de Enrique); los infantes de Aragón y los Manrique se oponen al poder que había adquirido el valido del rey. 

La batalla finalizó con la victoria del bando castellano y con la muerte del infante de Aragón don Enrique como consecuencia de las heridas recibidas en una mano: “Los infantes de Aragón ¿qué se hicieron?”, (copla 16).  El maestrazgo de Santiago del infante, vacante por a la muerte de Enrique, es cedido por Juan II a su favorito don Álvaro de Luna.  Don Rodrigo tenía mayores derechos a ser elegido maestre con lo que se produce un cisma en la Orden de Santiago.  Su resentimiento intentó ser aplacado por el Condestable al devolverse a los Manrique la villa de Paredes de Nava, que le había sido quitada, y nombrar conde de Paredes al jefe del clan familiar.  Don Rodrigo Manrique reconoce a don Álvaro como maestre aunque los nombramientos no logran aquietarlo y subordinarlo a la voluntad real.  Esa insubordinación a la corona le valieron la pérdida de sus dominios, “Y sus villas y sus tierras/ocupadas de tiranos/las halló”, que recobraría por la vía de las armas, “mas por cercos y por guerras/y por fuerza de sus manos/las cobró” (copla 32).  La referencia fue tomada de la tercera parte en que se dividieron las coplas de acuerdo a sus contenidos y corresponde con la exaltación de las hazañas de don Rodrigo.  En este caso narra lo dicho: que fue desposeído por seguir políticas que lo enfrentaron con el poder y que recuperó lo suyo en batalla.  No se nombran como procedimientos de reconquista ni renuncias ni reconocimientos arrancados o concedidos.  Si se considera que Manrique integró la facción opuesta al poder real entre 1445 y 1474 hasta la consolidación de los Reyes Católicos, más de una vez le habrá acontecido lo expuesto: “Pues por su honra y estado,/en otros tiempos pasados,/¿cómo se hubo?/Quedando desamparado,/con hermanos y criados/se sostuvo./Después que hechos famosos/hizo en esta misma guerra/que hacía,/hizo tratos tan honrosos/que le dieron aún más tierra/que tenía” (copla 30).

Con el paso de los años, ya en 1453, el privado don Álvaro de Luna, poderoso entre los poderosos caballeros castellanos, fue enjuiciado y decapitado en Valladolid, a consecuencia de una intriga palaciega encabezada por Isabel de Portugal, segunda esposa de Juan II y madre de Isabel.  Las coplas se referirán a este personaje, a su poder, riquezas y títulos en vida y su incapacidad para eludir la muerte: “Pues aquel gran Condestable,/maestre que conocimos/tan privado,/no cumple que de él se hable,/sino sólo que lo vimos/degollado./Sus infinitos tesoros,/sus villas y sus lugares,/su mandar,/¿qué le fueron sino lloros?/¿Qué fueron sino pesares/al dejar?”, (copla 21).  Aun siendo evidente que no se olvidaron en la familia los desaires que hizo el personaje al patriarca del clan Manrique, no dejan de transmitir las estrofas la clara conciencia de lo voluble de la Fortuna, a quien se vio encumbrado se le vio más tarde deshonrosamente muerto y expuesto al escarnio público.

En 1454 muere Juan II, “¿Qué se hizo el rey don Juan?, (copla 16) y le sucede su hijo Enrique IV, apodado el impotente.  El motivo del mote adjudicado al monarca surgió en 1453, un año antes de ascender al trono, cuando su primer matrimonio con Blanca de Navarra fue anulado por el Papa Nicolás V argumentando que no se había consumado por “impotencia perpetua”.  Dejando atrás el matrimonio con su prima, Enrique se casaría con otra prima, Juana de Portugal en 1455, con quien sí tendría descendencia.  Pero el antecedente del dictamen papal reflotaría en las intrigas cortesanas.

Enrique era, como Isabel, hijo de Juan II, ambos concebidos en diferentes matrimonios: Enrique con María de Aragón e Isabel con Isabel de Portugal.  La supuesta impotencia de Enrique y los celos cortesanos contra el valido Beltrán de la Cueva tendrían importantes consecuencias.  Una niña, la princesa Juana, nacerá del matrimonio en 1462, pero la masculinidad y la paternidad de Enrique serán puestas en duda y cuestionados los derechos sucesorios de esta heredera, que pasará a la historia como Juana la Beltraneja por las sospechas de quien era el padre biológico, atribuida maliciosamente a Beltrán por sus detractores.

Los Manrique apoyan las aspiraciones del infante Alfonso, medio hermano de Enrique y hermano de Isabel.  En 1465 participan con otros nobles en la conjura para imponer al infante en el trono de Castilla.  En la ciudad de Ávila, el 5 de junio de 1465, una estatua de madera que representaba a Enrique IV fue derribada, acto por el cual se deponía en forma simbólica y en ausencia al monarca.  En el episodio denominado “la farsa de Ávila”, los sublevados reconocieron como su soberano al infante Alfonso, que contaba con apenas 13 años y que fue impuesto como rey con el nombre de Alfonso XII.  Don Rodrigo es nombrado Condestable de Castilla por la facción insurgente.  Los bandos se enfrentan en la segunda batalla de Olmedo con resultado incierto.

En 1468, antes de los 15 años de edad muere Alfonso: “Pues su hermano el inocente,/que en su vida sucesor/se llamó,”, no dejando duda alguna que fue apoyado por los Manrique al afirmar: “¡qué corte tan excelente/tuvo y cuánto gran señor/le siguió!”.  El lector está advertido que todo pasa y nada queda: “Mas, como fuese mortal,/metióle la muerte luego/en su fragua./¡Oh, juicio divinal,/cuando más ardía el fuego,/echaste agua!”, en una doble asociación del fuego como destrucción (fragua) y como vida joven que se apagó, (copla 20).  Los Manrique continúan luchando contra Enrique IV, dando su apoyo a las pretensiones de Isabel. 

Si tomamos como buena la tradición, a la muerte de Alfonso, su hermana la infanta Isabel, pactó con su hermanastro el rey Enrique en Toros de Guisando.  Según el acuerdo se reconocía la obediencia al rey, Isabel pasaba a ser princesa de Asturias, se le asignaban bienes patrimoniales y se consolidaba su derecho como heredera al trono.  Mientras tanto, al ser declarado nulo el matrimonio del rey y la reina, Juana, la hija del rey, quedaba fuera de la sucesión.  Enrique se habría reservado el derecho de dar consentimiento previo al matrimonio de la princesa Isabel.  Ante la no conservación de documentos probatorios del pacto algunos historiadores arriesgan que el mismo pudo ser inventado para legitimar los derechos de Isabel.

En 1469 se realiza la unión matrimonial entre los que serían conocidos posteriormente como los Reyes Católicos, Isabel y Fernando.  Esta boda, realizada sin la aprobación del rey Enrique IV, habría motivado que éste considerara roto el pacto, reconociera los derechos de su hija Juana y jurara públicamente su paternidad en la Ceremonia de la Val de Lozoya en 1470.  Los enfrentamientos continuaron.

En 1474 muere don Juan Pacheco, marqués de Villena, maestre de Santiago y cuyo hijo perdería en 1476 a manos de los Manrique los enclaves de Uclés y de Ocaña; su hermano Pedro Girón, maestre de Calatrava lo había antecedido en morir en 1466 y antes fueron ambos desplazados del poder y del favor real por Beltrán de la Cueva.  Hay lugar en las coplas para estos enemigos del clan Manrique: “Y los otros dos hermanos,/maestres tan prosperados/como reyes,/que a los grandes y medianos/trajeron tan sojuzgados/a sus leyes;/aquella prosperidad/que tan alta fue subida/y ensalzada,/¿qué fue sino claridad/que cuando más encendida/fue matada?”, (copla 22).  De nuevo se muestra la imagen de los hombres montados en la rueda de la Fortuna, puede estar en la cima de su mundo material para más tarde extinguirse, como una luz que se apaga.

Apenas unas semanas más tarde que Pacheco muere el rey Enrique IV: “Pues el otro, su heredero,/don Enrique, ¡qué poderes/alcanzaba!/¡Cuán blando, cuán halagüeño/el mundo con sus placeres/se le daba!/Mas verás cuán enemigo,/cuán contrario, cuán cruel/se le mostró;/habiéndole sido amigo,/¡cuán poco duró con él/lo que le dio!”, (copla 18).  Sic transit gloria mundi, todo es transitorio y fugaz, así sea el poder para quien lo ejerce, lo que queda representado en la imagen de la copla.

En este mismo año, don Rodrigo recibe de manos de Isabel de Castilla la dignidad de maestre de Santiago que había quedado vacante por la muerte de sus enemigos “Por su grande habilidad,/por méritos y ancianía/bien gastada,/alcanzó la dignidad/de la gran Caballería/de la Espada” (copla 31), como premio por su fidelidad y su oposición al partido de Juana la Beltraneja.  “Pues nuestro rey natural,/si de las obras que obró/fue servido”, se refiere al haber puesto su espada al servicio de Fernando II de Aragón, esposo de Isabel, contra las pretensiones del rey de Portugal Alfonso V, a quien cita el poeta como testigo del temple de su padre “dígalo el de Portugal”, así como a sus partidarios “y en Castilla quien siguió/su partido” (copla 32).  Alfonso V fundaba su aspiración de ceñirse la corona de Castilla a partir de su casamiento con su sobrina Juana la Beltraneja.  En marzo de 1476 el bando de Fernando e Isabel derrotaría a Alfonso V y sus partidarios en la batalla de Toro en uno de los episodios bélicos de la Guerra de Sucesión Castellana.

Don Rodrigo de Manrique muere en noviembre de 1476, en la villa de Ocaña, al parecer como consecuencia de un cáncer en el rostro, “en la su villa de Ocaña/vino la muerte a llamar/a su puerta” (copla 33).

Las hazañas del padre serán ensalzadas por dos poetas de la familia, el hermano, don Gómez Manrique, quien, como se dijo, llegó a catalogarlo como “el segundo Cid”, y el hijo, Jorge, en las coplas cuyo estudio nos ocupa. Baste la siguiente selección (copla 33), como confirmación de lo expresado de la exposición de don Rodrigo a una muerte violenta en combate: “Después de puesta la vida/tantas veces por su ley/al tablero;/después de tan bien servida/la corona de su rey/verdadero:/después de tanta hazaña/a que no puede bastar/cuenta cierta”.

 

2.      Concepción de la muerte en las coplas

2.1 Apuntes preliminares

Debemos acordar como punto de partida del presente trabajo que, hoy a más de quinientos años de escritas (hacia 1476), podría no resultar original el tomar la muerte como eje temático para encarar el estudio de las coplas escritas por Jorge Manrique. 

Sin embargo, más allá de lo evidente que resulte al lector atento, al docente veterano y al estudiante alertado, el hecho que, al leer, proponer o encarar las coplas se adentrará en el tema de la muerte y la búsqueda de la concepción que plantea la obra en lo atinente al fenómeno biológico, sigue atrayendo la atención sin importar el tiempo transcurrido. 

El lugar común de vincular la muerte con el análisis de la obra continúa siendo inevitable.  Tan inevitable como la propia muerte es para el que lee las coplas a comienzos del siglo XXI.  Como lo fue en el siglo XVIII para el científico, político y diplomático Benjamín Franklin, uno de los padres fundadores de los Estados  Unidos, que con una clara conciencia humana no exenta de una concepción pragmática calvinista afirmó: “en este mundo no hay nada  cierto, salvo la muerte y los impuestos”.  Tan inevitable como también lo era para un Manrique a caballo entre la Edad Media y el Renacimiento, aunque indudablemente más cercano a la primera.  Por concepción y por tradición.

No en vano Salinas define sus coplas “todo tradición, todas novedad” como síntesis y corolario de su tarea de análisis, constituyendo su tratado también un lugar común y condición necesaria para el que intenta el abordaje de Manrique.  La conclusión de Salinas es que todo el pensamiento volcado en poema es tradición, que incluso no es original la forma métrica utilizada, pero que, sin embargo, Manrique se eleva justamente en la forma en que trata esa tradición.  Versos leves para tratar una multiplicidad de temas tradicionales de profunda densidad aunados en un poema didáctico. Acercamiento en espacio y tiempo del tópico literario del ubi sunt, la pregunta reiterada por los que no están, en la medida que la trae a su época y nación en lugar a referirla a antecedentes remotos.  La originalidad según Salinas reside en que Manrique integra en una breve obra todos los tópicos del pensar medieval: lo fugaz de la vida y lo ilusorio de los bienes terrenales, el menosprecio del mundo, la Fortuna que cambia y gira como una rueda y la fe cristiana en la Divina Providencia.  Deliberadamente afuera de la enumeración anterior se ha dejado a la muerte y su seleccionada concepción para ser tratada en forma aislada.  Es que puesto a elegir entre las dos tradiciones que su tiempo le proponía sobre la visión del inevitable final de la vida, Manrique se define por la tradición cristiana pura a la macabra a la que añade una cuota de estoicismo.

2.2 La concepción de la muerte en las coplas

Es que de las tres tendencias líricas en el tratamiento de la muerte en el siglo XV que presenta Almiñaque: a) la muerte deseada, b) la muerte rechazada y c) la muerte meditada, en las coplas encontramos la última.

En la exposición realizada en la segunda parte de este trabajo se mostró el carácter igualitario de la muerte a partir de la ejemplificación de los ubi sunt en la historia reciente de Castilla.  A continuación se mostrará como, además, en la obra la muerte es aceptada y esperada en la medida que el que reflexiona lo hace desde una profunda fe en el credo cristiano. 

Así la doble metáfora de la vida con los ríos y del mar con el morir, señala el destino de todas las aguas, también de todas las vidas, de la tierra:

Nuestras vidas son los ríos/que van a dar en la mar,/que es el morir;

volviendo a resaltar el carácter igualitario, según el cual tanto los ríos de cualquier porte como todas las existencias humanas sin distinción de los poderes terrenales que pudieran exhibir, son capaces de, en la alegoría como en la vida, de eludir su destino:

los allí van los señoríos/derechos a se acabar/y consumir;/

allí los ríos caudales,/allí los otros medianos/y más chicos,

y llegados, son iguales/los que viven por sus manos/y los ricos (copla 3)

Tener conciente y presente que la muerte es inevitable, no alcanza para demostrar la matriz cristiana de la reflexión.  Es condición necesaria pero no suficiente.  Avanzando en este concepto las coplas definirán en una nueva metáfora a la vida como camino, como tránsito o pasaje, para alcanzar otro mundo:

Este mundo es el camino/para el otro, que es morada/sin pesar;

que será residencia en la que no habrá congoja ni desconsuelo.  El paraíso prometido por la doctrina cristiana, el Reino de Dios, se alcanza al final de esta vida. 

En el Evangelio según San Juan, Capítulo 3, se presenta el siguiente diálogo entre Jesús y Nicodemo, un magistrado judío:

3 Jesús le respondió: "En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios."

4 Dícele Nicodemo: "¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?"

En el mismo sentido didáctico del evangelio es que las coplas afirman, para responder a otros Nicodemos que no hubieran entendido la afirmación de Jesús:

Partimos cuando nacemos,/andamos mientras vivimos,/y llegamos

al tiempo que fenecemos;/así que cuando morimos/descansamos. (copla 5)

Sumamos en las coplas a la conciencia de la mortalidad, el concepto de la vida como tránsito hacia la vida eterna prometida en la doctrina. 

Nuevamente lo planteado es insuficiente, ya que se indicó previamente en la referida copla 5:

mas cumple tener buen tino/para andar esta jornada/sin errar

que el camino de esta vida debe ser recorrido con juicio y cordura para tener acceso al renacer en Dios, lo que es prontamente ampliado:

Este mundo bueno fue/si bien usáramos de él/como debemos,

porque, según nuestra fe,/es para ganar aquél/que atendemos. (copla 6)

ya que según la fe, nuestra fe, compartida, afirma el poeta confirmando el fin didáctico del texto y comprometiendo al lector, es en esta vida que se gana aquella vida que les preocupa a ambos como creyentes, según el ejemplo que dio el propio Jesús como hijo de Dios que asumió su condición humana para redimir a la humanidad:

Aun aquel hijo de Dios,/para subirnos al cielo/descendió

a nacer acá entre nos,/y a vivir en este suelo/do murió (copla 6)

y mostrar el camino al cielo en la tierra.

Ampliará el poeta el concepto de vida como camino pero profundizando en las posibilidades del destino.  Al final de la vida está la muerte, pero no siempre ésta es la puerta de acceso a la otra vida que se concibe desde la fe.  Es que “el mundo traidor” tienta con “placeres y dulzores” por lo que se hace necesario tomar conciencia “de cuán poco valor/son las cosas tras que andamos/y corremos”, en una referencia que trasciende la época y que, independientemente de la creencia religiosa, alcanza a un lector de principios del siglo XXI sometido tal vez como nunca antes por una presión consumista a la posesión de bienes materiales:

Los placeres y dulzores/de esta vida trabajada/que tenemos,                        

no son sino corredores,/y la muerte, la celada/en que caemos (copla 12)

Así queda explicitado otro posible destino que al mortal le alcance tras el recorrido terrenal.  La muerte podrá no ser la puerta a otra vida esperada sino una emboscada que no se puede evitar una vez perdido el tino con el que andar el camino:

por eso nos engañen,/pues se va la vida apriesa/como sueño;

y los deleites de acá/son, en que nos deleitamos,/temporales,

y los tormentos de allá,/que por ellos esperamos,/eternales (copla 11)

los disfrutes temporales que se saborean en esta vida resultan efímeros frente a los pesares que se sabe sufrirán por esa causa por toda la eternidad.  De allí que al saberse condenado al tomar conciencia de la próxima muerte, quien no anduvo el camino de la forma correcta lo asuma como una encerrona, _es clara la profesión guerrera de Manrique_, de la que no hay salida posible:

No mirando nuestro daño,/corremos a rienda suelta/sin parar;                      

desque vemos el engaño/y queremos dar la vuelta,/no hay lugar (copla 12)

Por eso es que las coplas comenzaron con una apelación al lector para que tome conciencia de lo efímero de la vida y de los riesgos que implica desconocerla y desoír los buenos consejos de cómo vivirla con criterio para ganar el esperado descanso eterno:

Recuerde el alma dormida,/avive el seso y despierte/contemplando

cómo se pasa la vida,/cómo se viene la muerte/tan callando, (copla 1)

Siendo inevitable la muerte, pruebas a la vista se han expuesto en las coplas que ella alcanza a todos, desde personajes encumbrados al menos favorecido, no habiendo reparos ni barreras tras las que protegerselos castillos impugnables,/los muros y baluartes/…/todo lo pasas de claro/con tu flecha”, (copla 24), la única forma por la que el ineludible pasaje es vía de acceso al deseado destino, es mediante el buen comportamiento en la tierra.  La muerte como flecha es un símil que deja claras a la vez la vocación guerrera del poeta y la celeridad y agudeza de la que siega la vida de aquel más protegido y prevenido.

2.3 La muerte de don Rodrigo

Don Rodrigo es propuesto en las coplas como ejemplo de quien en su vida terrenal ganó no solamente la vida eterna que le prometió su fe cristiana sino una tercera vida, la de la fama, no permanente y también temporaria, pero que dejará en el mundo la huella de su pasaje.

Luego de introducir a don Rodrigo en la copla 25 y de anunciar que no lo alabará: “sus hechos grandes y claros/no cumple que los alabe,/pues los vieron,/ni los quiero hacer caros/pues que el mundo todo sabe/cuáles fueron”, comienza el hijo-poeta a enumerar las virtudes que lo engalanaron en una apología que se desborda en las siguientes coplas: famoso, valiente, buen amigo, buen señor, discreto, enemigo declarado de los dañinos, comparado a figuras de la antigüedad clásica como invicto guerrero, sabio, bondadoso, confiable, clemente, igualitario, elocuente, disciplinado, liberal y alegre, dedicado, creyente y fiel. 

Su vida guerrera contra el infiel le permitió su buen pasar pero no le cubrió de riquezas.  En la villa de Ocaña la muerte llama a su puerta y le dispensa un respetuoso tratamiento invitándole a dejar atrás lo terrenal: “Buen caballero,/dejad el mundo engañoso/y su halago” y asegurándole que la fama de gloria le perdurará por sus hechos, ni “eternal ni verdadera” aunque mejor que la perecedera que está a punto de abandonar. 

El fin didáctico de la elegía queda de manifiesto en las coplas 36 y 37 en las cuales se resumen que la vida y la obra de don Rodrigo ha sido ejemplar para ganar la fama, aunque no fue perseguida, y la vida perdurable que la fe y el obrar modélico del caballero medieval cristiano “con trabajos y aflicciones contra moros” le aseguran que pueda partir de ésta con “buena esperanza”.

La muerte esperada se pone a su vez de manifiesto en la respuesta de don Rodrigo de la copla 38 al llamado y en la que declara estar en paz y consiente en acordar con la voluntad divina, “que querer hombre vivir/cuando Dios quiere que muera/es locura”, pues en Dios la fe cristiana deposita el origen y la razón de la vida del hombre en la tierra, por lo que rodeado de los suyos el caballero “dio el alma a quien se la dio”[1].

2.4 Apuntes finales

En la introducción se hizo referencia a la innegable vigencia de la reflexión sobre la vida y la muerte en la medida que como humanos mortales somos.  Por ello resulta interesante la racionalización del tema de acuerdo a lo aprendido por la ciencia en el tema y principalmente por la medicina, la psicología y muy especialmente la tanatología[2], rama de la medicina que se dedica a facilitar toda la gama de cuidados paliativos terminales y ayudar a la familia del enfermo, a sobrellevar y elaborar el duelo producido por la muerte.  Es así que en recientes estudios, la doctora Elisabeth Kubler-Ross[3] describe las etapas en la aceptación de la muerte, tanto en lo personal como en el caso de la pérdida de un ser querido en etapas ordenadas según su secuencia lógica: 1) negación, 2) furia, 3) negociación, 4) depresión y 5) aceptación.

En la obra de Manrique, en tanto que reflejen fielmente sus sentimientos, se puede afirmar que las etapas anteriormente definidas han sido superadas.  La muerte no solamente ha sido aceptada, sino que incluso, se muestra como esperada y bienvenida.  En la concepción de la vida eterna de la fe cristiana el fiel encuentra las respuestas a la eterna pregunta ¿dónde vamos al morir?,

El polvo vuelve a la tierra de donde vino,

Y el espíritu sube a Dios que lo dio.

Eclesiastés 12:7

cuestionamiento universal del hombre al asumir su condición de ser mortal y del que la obra estudiada es un ejemplo paradigmático.

 

Bibliografía

ALMIÑAQUE, Conrado (1975) El concepto de la muerte en la literatura española del siglo XV Géminis: Montevideo

CASAS, Elena (2006) Reyes de España  Libsa: Madrid

CHARLO BREA, Luis (1999) Crónica Latina de los Reyes de Castilla  Akal: Barcelona

KUBLER-ROSS, Elisabeth (2005) Sobre la muerte y los moribundos Debolsillo: Barcelona

MANRIQUE, Jorge (1983) Coplas a la muerte de su padre Edición de Carmen Díaz Castañón Castalia Didáctica: Buenos Aires (Disponible en internet)

MANZANARES, Luis (2004) Reyes y reinas de España Globo: Madrid

PIJOAN, José (1979) Historia del Mundo - Tomo 7 – La Reconquista Española Salvat: Barcelona

PUIGSERVER, Sebastiá (1992) Literatura española e hispanoamericana Océano: Barcelona

SALINAS, Pedro (1962) Jorge Manrique o Tradición y originalidad Sudamericana: Buenos Aires (Disponible en internet fragmentos)

La Biblia Latinoamérica  (1995) San Pablo: Madrid



[1]Ver referencia a Eclesiastés 12:7 al final del trabajo

[2](tanatos: muerte) RAE: Conjunto de conocimientos médicos relativos a la muerte

[3]KUBLER-ROSS: Elisabeth (2005) Sobre la muerte y los moribundos Debolsillo: Barcelona

 

desde Maldonado, Uruguay