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El devenir de un héroe modélico: El Cid, del paradigma del buen vasallo medieval al rebelde pasional renacentista

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El devenir de un héroe modélico:

el Cid, del paradigma del buen vasallo medieval al rebelde pasional renacentista

 

Literatura Española II, Prof. Mariel Cardozo, CeRP del Este

Índice

Introducción. 1

Características del héroe medieval en el Cid. 1

El Cid en el Romancero. 3

Bibliografía. 7

Introducción

Determinar si las obras literarias son reflejo del público al que están destinadas o si el criterio de lo que es bueno o malo es moldeado por esas mismas obras es motivo de permanente y acalorado debate. 

Lo que es indiscutible es que los autores y el público objetivo están insertos en una sociedad, en una época, en una cultura, que definen un contexto sin cuyo conocimiento no podemos explicar a la distancia las obras que los primeros produjeron.  Cuando planteamos el concepto de distancia no lo hacemos en una única dimensión, ya que como lectores y analistas debemos situarnos en la época, en la región geográfica, en los códigos característicos de las relaciones sociales por citar algunos de los acercamientos imprescindibles para abordar una lectura exenta de prejuicios propios de nuestra realidad.

Así es que la figura histórica de Rodrigo Díaz de Vivar fue reflejada de forma muy diferente en el Cantar del Mio Cid y en el Romancero.  Aun considerando la teoría tradicionalista de Menéndez Pidal  según la cual los versos de los romances derivan de los cantares de gesta originales, sin duda la sociedad castellana a la que estaban destinados había cambiado en los cuatro siglos transcurridos.

Características del héroe medieval en el Cid

Rico plantea que al autor del Cantar del Mio Cid lo impulsaría la “necesidad artística de oponer al Cid, dechado de nobleza caballeresca, en el apogeo de la gloria, a adversarios infames, negación viviente de toda caballería: cobardes, afeminados, codiciosos, celosos, orgullosos, intrigantes, derrochadores, fanfarrones, crueles, que por satisfacer el odio mezquino de su corazón le desgarrarán al héroe las telas del corazón y le herirán en la honra”. [1]

De los sos ojos tan fuertemientre llorando [2]

El Cid no tiene enemigos nobles ni heroicos.  Se trata de “un héroe modelo y el modelo no puede tener otro adversario que el no-modelo, el anti-modelo, lo innoble.” [3]

Fabló mio Cid bien e tan mesurado:

¡Grado a ti, señor padre que estás en lo alto!

Esto me an buolto mios enemigos malos.[4]

“Es ejemplar de todas las virtudes del hombre maduro”, mesurado y prudente, al puntoque, a la vez,  “representa una síntesis del rebelde y el vasallo real al servicio del monarca: el Cid es el rebelde leal, el rebelde que no se rebela, buen vasallo aunque no tenga buen señor.” [5]

Burgeses e burgesas por las finestras sone,

plorando de los ojos, tanto avien el dolore.

De las suas bocas todos dizian una rázone:

Dios, qué buen vassallo, si oviesse buen señore.[6]

Ninguno de los rivales del héroe es humano, no se enfrenta con seres humanos, ya que de ellos cualquiera sea su condición lo reconocerían inevitablemente como a un superior.  Cabe entonces la afirmación: “su adversario es la fatalidad que utiliza como instrumentos ya al monarca desconocedor de la justicia, ya a los infantes, intrigantes palaciegos.” [7]

Al Cid se le ha tildado de mercenario y acusado de los más variados delitos, usualmente por quienes sostienen una visión anacrónica de los acontecimientos, sin comprender que el líder guerrero debía procurar en el destierro suministros para sus huestes, botines para pagarles la soldada y además ganarse la vida y que en forma reiterada renunció a enfrentarse a Alfonso VI, considerándose siempre ser su vasallo.

Cras a la mañana pensemos de cabalgar,

Con Alfons mio señor non querria lidiar.[8]

La necesidad de ganar fama y riquezas, no como fin en sí mismo sino como medio para recuperar el honor, avivan su ánimo en la batalla, actuando con valor y arrojo, en el conocimiento pleno como líder guerrero que su presencia en la línea de combate es el aliciente moral de la que sus huestes se nutren:

Enbracan los escudos delant los coracones,

abaxan las lanzas abueltas de los pendones,

enclinaron las caras de suso de los arzones,

ívanlos ferir de fuertes coracones.

A grandes vozes llama el que en buen ora nació:

“feridlos cavalleros por amor del Criador!

Yo so Roy Díaz, el Cid, de Bivar Canpeador!” [9]

La valentía del héroe no es ciega ni está exenta de la multiplemente enunciada prudencia que le evita tomar riesgos innecesarios y se complementa con una cuota de astucia que supera a la inteligencia de sus adversarios al plantear la estrategia y pergeñar ardides y emboscadas que le dan ventaja a los suyos en el combate:

Quando vido mio Cid que Alcocer non se le dava,

elle fizo un art e non lo detardava:

dexa una tienda fita e las otras levava,

cojó Salón ayuso, la su seña alcada,

las lorigas vestidas e cintas las espadas,

a guisa de menbrado, por sacarlos a celada. [10]

Una vez obtenida la victoria y la ganancia, muestra grandeza y elevación de espíritu, propias de la magnanimidad del héroe paradigmático:

Mio Cid Roy Díaz he vendido;

qué bien pagó a sos vassallos mismos!

A cavalleros e a peones fechos los a ricos,

en todos los sos non fallariedes un mesquino.

Qui a buen seños sirve, siempre bive en delicio. [11]

Lealtad, valor, astucia, prudencia, magnanimidad son las características reseñadas.  Una de las figuras emblemáticas del siglo XX, Winston Churchill, político y estadista británico y prototipo del estoicismo moral de la Inglaterra victoriana, afirmaría sobre sí mismo y definiendo la acción de gobierno que había llevado para su país: “en la guerra, determinación; en la derrota, resistencia; en la victoria, magnanimidad; en la paz, conciliación.” [12]  Muchos puntos de contacto en la cercanía histórica podemos encontrar entre el héroe medieval que establecimos y el victoriano que expresa su definición.

El Cid en el Romancero

De ese modelo de hombre maduro, prudente y vasallo al servicio del rey y de un propósito colectivo: la Reconquista, pasamos a la representación de “un joven díscolo y rebelde”.[13]

 ¿En qué plano queda la prudencia en los versos del romancero que presentan la escena en la que Diego Laínez cabalga al buen rey besar la mano?  ¿Es leal y obediente modelo de vasallo el Rodrigo que arranca a su rey el Juramento de Santa Gadea?

La respuesta a ambas preguntas es negativa en el parecer de quien escribe.  Atrás  ha quedado la necesidad de inflamar el espíritu guerrero de quien escuchara las andanzas del Cid.  El modelo de vasallo transformado en el brazo armado de la Reconquista en sus fines políticos y religiosos debía parecer a los oyentes de los versos del Romancero tan lejano en el tiempo como anacrónico para su presente.  De otra forma no podría entenderse que el nuevo Cid tuviera tiempo ni pensamiento para saberse herido en el corazón, no ya por las armas de sus enemigos en la fe o por intrigantes de la corte, sino por los recuerdos de mejores tiempos pasados junto a doña Urraca:

-          ¡Afuera, afuera los míos,

los de a pie y los de a caballo,

pues de aquella torre mocha

una vira [14] me han tirado!,

no traía el asta hierro,

el corazón me ha pasado;

¡ya ningún remedio siento,

sino vivir más penado!. [15]

No es éste el Cid invencible ante el enemigo en la guerra, que se enfrenta a adversarios no humanos: la injusticia y las traiciones, sino que las angustias y flaquezas del hombre están a la vista, hasta el reconocimiento que no tiene remedio su pena.  La flecha que metafóricamente le hiere no fue disparada por un moro o por el más infame de los traidores que quisieron infructuosamente  detener la Cruzada que emprendía el héroe medieval.  En su lugar el poeta del Romancero coloca a Doña Urraca en lo alto de la torre mocha.  Se trata de un héroe que ama.

No es el Cid del Romancero el abanderado que impulsa y guía a las huestes en la batalla.  El espíritu colectivo no precisa ya más de esa figura de leyenda, que deviene en la de un héroe con pasiones y empecinamientos, más propios del oyente y más cercanos a sus sentimientos.

El Cid continúa peleando en los Romances y sigue invicto en esas luchas, pero alcanza el lecho conyugal en estado de postración por el cansancio tan humano como entendible si tenemos en cuenta el reclamo que su esposa Jimena le realiza al rey:

¿Que buena razón consiente

que a mi marido velado

no le soltéis para mí

sino una vez en el año?

Y esa vez que le soltáis,

fasta los pies del caballo

tan teñido en sangre viene,

que pone pavor mirallo;

y no bien mis brazos toca

cuando se aduerme en mis brazos,

y en sueños gime y forceja,

que cuida que está lidiando... [16]

En la carta al rey la dama descubre la intimidad del agitado sueño del Cid, prueba irrefutable, junto a la sangre que lo cubre entero al retorno, de las luchas en las que se veía envuelto en la previa de su licencia anual.  La hostilidad constante a la que se expone el Cid aparece desnudada en estos versos, evidenciando que en sus sueños se manifiesta la  tensión propia del fragor de la batalla.  El Romance se permite, a diferencia del poema del Mio Cid, que el héroe se muestre en una faceta que había estado oculta.  El temple a toda prueba del carácter del héroe medieval se transmuta por el perfil de un hombre valeroso, invicto en la lucha, pero en la que el combate deja sus huellas en lo exterior y en lo interior.  Estos aspectos humanos, el trastorno del sueño es uno de los elementos que evidencian el síndrome de la fatiga de combate, hacen creíble y cercano al personaje.  De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, el estrés constituye “el conjunto de reacciones fisiológicas que preparan al organismo para la acción”.  Definido así, puede afirmarse que este concepto describe la respuesta normal del sujeto en el campo de batalla.   La ansiedad de combate, en cambio, se corresponde con un nivel de estrés que excede ampliamente los límites habituales de ese estado de aprestamiento. [17]

En lo que respecta a la relación de vasallaje, el Cid se nos representa diferente en ambas obras.  La autoridad del rey para un caballero de la Reconquista no reside en la persona sino en el trono, símbolo del poder institucional, que se debe respetar bajo pena de caer bajo el cargo de sedición.  El Cid del Romancero se muestra desafiante ante esa autoridad, a diferencia del mesurado Cid del poema.  Una diferencia importante es la edad, si tenemos en cuenta que la actitud de arrogancia del Cuarto Romance “de cómo el Cid fué al palacio del rey la primera vez[18]  corresponde a “las mocedades de Rodrigo Díaz a quien los moros llamaron el Cid[19]. 

El poeta enuncia las cabalgaduras que montan y las prendas que visten el Cid y el resto de la comitiva para contrastarlas y así resaltar el aspecto desafiante que Rodrigo lleva:

 

Rodrigo

Comitiva

Cabalgadura

Caballo

Mula

Atuendo

Completo

de combate

bien armado

de gala

oro y seda

Guantes

mallado”, de malla

olorosos

Armas

espada estrecha,

estoque dorado

ramas delgadas, “sendas varicas

Sombreros

casco afinado

muy ricos

El vasallo que va “al buen rey besar su mano” dista de tener una actitud sumisa.  Por el contrario, a falta de la mesura y el carácter de ponderación que exhibiera el Cid de la madurez en el Cantar, el joven Rodrigo del Romancero se muestra pendenciero y arrogante en momentos en que su situación era por demás delicada a los ojos del rey y de su corte por la muerte de conde Lozano.  Así desafía a quien quisiera a demandarle una satisfacción en el campo del honor porque sintiera como propia la afrenta por la muerte del conde:

Si hay alguno entre vosotros,

su pariente o adeudado,

que le pese de su muerte,

salga luego a demandallo;

yo se lo defenderé,

quiera a pie quiera a caballo. [20]

El reto no es respondido, “que te lo demande el diablo”, dejando de manifiesto la imponencia de la figura del caballero provocador que inhibe toda reacción de sus posibles adversarios.

El padre de Rodrigo debe recordarle su condición de vasallo para que se apee del caballo en el que quedó montado, rompiendo la norma protocolar según la cual un personaje de menor jerarquía debe estar más bajo que el de mayor estatura en el escalafón del poder:

Apeaos vos, mi hijo,

besareís al rey la mano,

porque él es vuestro señor,

vos hijo, sois su vasallo. [21]

Pese a la recomendación paterna, Rodrigo reniega de su condición y acepta a regañadientes el acto de sumisión:

Si otro me dijera eso,

ya me lo hubiera pagado,

mas por mandarlo vos, padre,

lo haré, aunque no de buen grado. [22]

Cumple con el mandato paterno, y lo hace demostrando su rebeldía adolescente.  Conocedor que no puede acercarse armado al monarca se arranca el estoque que cuelga de la cintura, en un gesto brusco que, unido a su fama de violento, al aspecto combativo y a la actitud de reto que ha llevado en el episodio, hace que el rey se espante:

 Quítate, Rodrigo, allá,

quita, quítate allá, diablo,

que el gesto tienes de hombre,

los hechos de león bravo. [23]

Lejos de tender puentes la actitud posterior de Rodrigo evita todo camino de conciliación, recalca su condición de insumiso y de falta de respeto a la autoridad constituida:

Por besar mano de rey

no me tengo por honrado

porque la besó mi padre

me tengo por afrentado. [24]

El acercamiento de ambos personajes, el rey Fernando y el Cid, llegará posteriormente.  Rodrigo acatará el contrato matrimonial que se le impone y marchará a la guerra.  Seguirá al comando de las huestes de Sancho, sucesor de Fernando en guerras contra sus hermanos para consolidar un único dominio sobre Castilla.  Al ser asesinado Sancho en el sitio de Zamora, el Cid obligará al nuevo monarca castellano, Alonso, a jurar que no participó en la conjura.

El Juramento de Santa Gadea o Santa Águeda es una nueva instancia del enfrentamiento del Cid a la autoridad real.  Quien ocupe el trono no debería ser relevante, sí el acatamiento de la voluntad real.  Por eso el juramento es literalmente arrancado al rey por ser proferido en un lenguaje y en una actitud por demás amenazadora que no condice con el comportamiento de un subordinado hacia la máxima autoridad.  Aparece nuevamente la sublevación del Cid en una juramentación cargada de amenazas y apasionamientos, al punto que el rey “malamente enojado[25], le reprocha: “muy mal me conjuras, Cid – Cid, muy mal me has conjurado[26], en hemistiquios sinonímicos de forma de reiterar el concepto y reafirmarlo, para luego ordenar el destierro fundamentando la medida por ser “mal caballero probado[27].

La retirada de Rodrigo y de sus huestes presentada en la recopilación realizada por Mercedes Díaz Roig aumenta la intensidad del rompimiento de lazos de vasallaje ya que el poeta la muestra lindante con la sedición: en un acto violento contra el orden y la disciplina el Cid se aumenta la pena del destierro, “tú me destierras por uno, - yo me destierro por cuatro” y parte a cumplir la pena con un grupo de jóvenes armados:

Ya se parte el buen Cid - sin al rey besar la mano,

con trescientos caballeros, - todos eran hijosdalgo,

todos son hombres mancebos, - ninguno no había cano,

todos llevan lanza en puño - y el hierro acicalado,

y llevan sendas adargas – con borlas de colorado [28]

El tiempo transcurrido entre el Cantar y el Romancero ha determinado un importante cambio en la sociedad y por ello el retrato del Cid es bien diferente.  Ya no se trata de un pueblo en armas que requiere de un héroe legendario en quien canalizar los valores que lo impulsan.  La nueva realidad y un mayor individualismo hacen que los sentimientos a flor de piel caractericen al Cid del Romancero.

 

Bibliografía

ALVAR, Carlos y ALVAR, Manuel, “Épica Medieval Española”, Madrid, España, Cátedra, 1997

ANÓNIMO, “Poema del Cid”, 23° edición, Madrid, España, Espasa-Calpe, 1970

MENÉNDEZ PIDAL, Ramón, “Flor nueva de romances viejos”, Espasa-Calpe, Madrid, España, 1973

PUIGSERVER, Sebastiá, “Literatura española e hispanoamericana”, Barcelona, España, Océano, 1992

RICO, Francisco, “Historia y crítica de la Literatura Española Tomo I Edad Media”, Barcelona, España, Crítica, 1980

 

Material disponible en internet

GOMEZ MORENO, Angel, “Claves hagiográficas de la literatura española (del Cantar de Mio Cid a Cervantes)”, Iberoamericana, 2008  

LEVY, Alberto, “Liderazgo y ansiedad de combate”, Military Review, Julio-Agosto 2005, United States Army Combined Arms Center

 http://usacac.army.mil/CAC/milreview/Spanish/JulAug05/levy.pdf

Diccionario de la Real Academia Española www.rae.es


[1] RICO, Francisco Historia y crítica de la Literatura Española Tomo I Edad Media, Crítica: Barcelona, 1980 Pág. 102

[2] Poema del Cid, Cantar Primero, verso 1

[3] RICO, Op.Cit. Pág.102

[4] Poema del Cid, Cantar Primero, verso 1

[5] RICO Op.Cit. Pág. 105

[6] Poema del Cid, Cantar Primero, verso 3

[7] RICO Op.Cit. Pág. 105

[8]Poema del Cid, Cantar Primero, verso 3

[9]Poema del Cid, Cantar Primero, verso 35

[10]Poema del Cid, Cantar Primero, verso 29

[11]Poema del Cid, Cantar Primero, verso 45

[12] Winston Churchill político y estadista inglés, Premio Nobel de Literatura en 1953

[13] GOMEZ MORENO,“Claves hagiográficas de la literatura española (del Cantar de Mio Cid a Cervantes)”, Iberoamericana, 2008 Pág. 65

[14] RAE:Especie de saeta delgada y de punta muy aguda.

[15]MENÉNDEZ PIDAL, Ramón, “Flor nueva de romances viejos”, Espasa-Calpe, Madrid, España, 1973 Romance trece Segunda Parte de los romances del Cid Pág. 155

[16]MENÉNDEZ PIDAL, Op. Cit. Romance Octavo, Primera Parte de los romances del Cid Pág. 146-147

[17]LEVY, Alberto, “Liderazgo y ansiedad de combate”, Military Review, Julio-Agosto 2005, United States Army Combined Arms Center Pág. 47

[18]MENÉNDEZ PIDAL, Op. Cit. Romance Cuarto, Primera Parte de los romances del Cid Pág. 137-138-139

[19]MENÉNDEZ PIDAL, Op. Cit. Comienzan los romances del Cid Pág. 131

[20]MENÉNDEZ PIDAL, Op. Cit. Romance Cuarto, Primera Parte de los romances del Cid Pág.138

[21]MENÉNDEZ PIDAL, Op. Cit. Pág. 138

[22]MENÉNDEZ PIDAL, Op. Cit. Pág. 138

[23]MENÉNDEZ PIDAL, Op. Cit. Pág. 138-139

[24]MENÉNDEZ PIDAL, Op. Cit. Pág. 139

[25] DÍAZ ROIG, Mercedes, Cátedra Juramento de Santa Águeda

[26] DÍAZ ROIG, Mercedes, Op.Cit.

[27] DÍAZ ROIG, Mercedes, Op.Cit.

[28] DÍAZ ROIG, Mercedes, Op.Cit.

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