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Cuando tus amigos tienen cincuenta

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Categoría: Artículos difundidos
“Soñé que asistía a mi propio entierro, a pie, caminando entre un grupo de amigos vestidos de luto solemne, pero con un ánimo de fiesta. Todos parecíamos dichosos de estar juntos. Y yo más que nadie, por aquella grata oportunidad que me daba la muerte de estar con mis amigos de América Latina, los más antiguos, los más queridos, los que no veía desde hacía más tiempo.”
Gabriel García Márquez
Prólogo. Porqué doce, porqué cuentos y porqué peregrinos
Doce cuentos peregrinos, 1992


Cosas que (nos) pasan

Cuando tus amigos tienen cincuenta

Por Leandro Scasso Burghi


En un momento pasa. Sin darte cuenta ni cómo ni cuando te sorprendes por no haberlo visto antes. Tu barra de amigos, aquella que viene de los bancos del liceo, está llena de tipos de cincuenta años.

Y sacas cuenta y te das cuenta.

Vienen juntos desde allá lejos en el tiempo.

Cuando encabezabas los escritos con el Año de la Orientalidad ya los conocías; pasó Morena, sufriste el Defensor del 76, llegó Victorino, volvió y se retiró Morena y emocionó Aguirre, cambiaban los nombres no las camisetas, pero siempre las cachadas eran con ellos; estrenaste credencial para decir que no, pasaste la tablita, salteaste al Goyo, llegaste al Obelisco, votaste el voto verde y a todos los partidos y después de desencuentros y de mil reencuentros, ellos estaban ahí, para acortar madrugadas, buscarle la quinta pata al gato y ponerle el cascabel al mismo o a otro gato, descubriendo con la experiencia en carne propia que no todo se solucionaba con la reclamada democracia, aprendiendo a los golpes que en la oscuridad de la noche todos los gatos son pardos y que gato encerrado hay cuando recibes gato cuando te ofrecieron liebre, a la vez que, para compensar tantos refranes de gatos, asimilaste también que el único queso gratis es el que está en la trampa del ratón.

La democracia no fue todo lo que imaginabas, pero por lo menos era un buen comienzo. En el mundo y en tu mundo se derribaron viejos muros y se levantaron otros nuevos; paleaste cenizas de revoluciones apagadas y escombros con los restos de las glorias imperiales que parecían durar para siempre, mientras que viejos sistemas y nuevos encumbrados se mantenían haciendo equilibrios insólitos sobre sus pies de barro. Levantaste altares propios para descender a antiguos ídolos que se te antojaban impuestos por el uso y la costumbre, alzaste a otros que se cayeron al menor soplo de viento y volviste a tener fe en ideas eternas.

En el camino desde ese entonces hasta acá te ennoviaste, te casaste, vinieron los gurises, estudiaste, trabajaste, pusiste un negocio o un estudio, conseguiste empleo y clientes, hiciste la casa, la reformaste, la equipaste aunque siempre faltara algo. En el proceso perdiste pelo donde solías tenerlo y te llenaste de canas en todo el cuerpo, subiste de peso y te hiciste más voluminoso, saliste menos y viste más televisión de lo pensado y postergaste por cuarta vez conocer Egipto, _ ¿o era la India? o ¿la vuelta al mundo? o ¿ir a un mundial? o ¿aprender a navegar en velero?_, poniéndole plazo hasta que los hijos fueran grandes.

El levantar en los brazos aquel cuerpito rojo y morado que berreaba con todas sus fuerzas envuelto en telas blancas, mirar los ojos de tu señora y hacerle una caricia, _sin palabras porque no te pasaban por el nudo de la garganta_, compensaron cualquier renuncia. Y un domingo al caer la tarde, momento bravo si los hay, después de un día completo al aire libre con changuito, mamadera, baldes, palas, pelotas y pañales, y de retorno a la casa, de baños colectivos, lavadora, puré de verduras y de frutas y de preparar el arranque del lunes, te acostaste en una punta de la cama matrimonial compartida por tres y ocupada casi totalmente por el amasijo que formaba tu familia, aún exhausto, tuviste tiempo de sentirte bien, de pensar que en un no tan remoto pasado te habías imaginado el futuro bastante diferente que el presente que vivías. Distinto pero nunca mejor que ese momento en que fuiste dichoso antes de dormirte agotado.

Fuiste al jardín, a la escuela y, si dio el tiempo, al liceo y más. Te viste a ti mismo en cada una de las instancias, pero a la distancia. Y te pareció mentira que estuvieras viviendo esos momentos. Minutos relámpagos en los que diste gracias a la vida, que te había dado tanto (1). Actos trascendentes que después, por formar parte de la cotidianeidad desprovista de la maravilla, se hicieron rutina en el medio del ritmo de trabajo que te impusiste para cumplir con lo que te habías obligado.

Ahorraste dólar sobre peso y peso sobre dólar, invertiste bien y mal, como siempre. Muchas veces compraste el día antes de la baja, o te jugaste al peso cuando había que ir con el euro y cuando le pegaste a dos cifras se te escapó la tercera, pero estuviste firme en la huella sin aflojar. ¡Qué fácil es hacer los negocios habiendo leído el diario del día después! En esas encrucijadas de difícil elección fueron dudas e incertidumbres en la soledad de las noches sin  sueño y mañanas con los dientes apretados, arremetiendo con la decisión tomada y sin mirar para atrás. Obstinado y empecinado, ocultaste a la luz del día el menor rastro de las indecisiones nocturnas.
Hasta te llegó el momento de comprarte auto y comentaste con aquellos, con los del grupo, “quién te ha visto y quién te ve”, al llegar uno por vehículo al punto de reunión.

Como te decía y resumiendo: te fue algunas veces mejor que otras, pero esos tipos estuvieron allí. Mientras, a ellos también les iban pasando casi las mismas cosas que ahora te das cuenta que te pasaban. Algunos se casaron antes y otros después, los cumpleaños infantiles llegaron a unas casas y luego a otras. Siguieron conspirando en asociación para transformar el mundo en un lugar mejor para vivir, aunque las deliberaciones y planificaciones debieran suspenderse temporariamente para el armado del ritual de la piñata o el corte de la torta.

Algunos fueron alejándose del grupo en los años transcurridos. Circunstancias distintas y un proceso interno diferente de dónde fijar las prioridades y de cómo alcanzarlas. Sin reproches y sin quejas, jamás fuiste de hacerlos ni pretendiste fijar a nadie tus condiciones. El que se alejó lo hizo por decisión propia, con un repentino distanciamiento o dejando pasar el tiempo sin ayudar a los afectos con el necesario ritual de cercanías. Otros se incorporaron desde otros apegos y de distintos orígenes hasta conformar el núcleo de hierro que te rodea.

Te das cuenta: matemáticamente todo fueron sumas y algunas restas. Casi ritualmente se reunieron los jueves durante años con la excusa de comer juntos, para verse, contarse, reírse y compartir. Un día sustituyeron tablones apoyados en latas por sillas hechas y derechas, no demasiado cómodas para que alguno no se durmiera durante la tertulia. Volvieron con olores de comida y de ahumados impregnados en la ropa que los hicieron desnudarse lejos de los dormitorios conyugales; se acostaron tarde y se pasaron el viernes trabajando con la escasa recuperación de las pocas horas de sueño, sin abrir la boca con una queja para no dar motivo a que la compañera tirara la bronca. Podían ser otros días los de reunión y varios los lugares que los recibieron, los hogares de cada uno y distintas las mesas, y las sillas, de acuerdo a la acogida que les dieran y del desembolso individual en el momento de cerrar la cuenta.

También se juntaron sin día fijo para acompañarse cuando faltó el viejo en algunas de las casas. Y sin darte cuenta te fuiste haciendo tú el viejo de la casa, mal que te pese. No me entiendas mal ni te enojes. La verdad es que te fuiste, se fueron, nos fuimos, separando en edad del escolar de túnica, del que corría la pelota por la calle, del liceal de uniforme verde y gris que eras, que eran, que éramos, para ser estos tipos maduros, preferirías decir experimentados, diestros, curtidos y competentes, que descubriste que somos.

Claro que no lo percibimos a menos que tomemos perspectiva, por eso es que cuando nos juntamos nos seguimos hablando y viendo como si mañana nos fuéramos a encontrar en clase en el salón escalonado del Liceo Departamental, en el baldío o en el Campus para un desafío.

En el tiempo transcurrido demoramos, _ahora me incluyo decididamente y hablo por los otros también_, en darnos cuenta que lo que vivíamos era justamente eso, nuestras vidas, “eso que ocurre mientras estamos ocupados haciendo planes” como dijo John Lennon.

Por eso hoy, cuando te cae la ficha que formas parte de los veteranos que cuando botija mirabas como unos viejos eternos, y antes que se te cruce algún mal pensamiento, arrugues la frente, te amargues y me relajes, quiero que te lleguen estas líneas que tienen el propósito de agradecer.

Uno como tú, en representación de todos, le agradece a la vida la oportunidad de haberte conocido, de habernos encontrado, en que hayamos coincidido en este tiempo y en este lugar. Para compartir ese tiempo. Que no es poca cosa: en compartir la vida, si acuerdas conmigo que ese tiempo transcurrido ha sido nuestra vida. Sin ti y sin los otros amigos, otra hubiera sido mi circunstancia. Ortega y Gasset sentenciaría que yo hubiera sido distinto y, en conclusión, mi vida hubiera sido diferente.

Satisfecho de mi vida, aunque la siga apretando para sacarle el jugo y disfrutar con cada carcajada, y sabiéndome completo porque te tengo como amigo, _porque nos tenemos_, agradezco el fortuito accidente del tiempo de conformar una misma generación con esos otros cincuentones o cercanos a serlo que te acompañan, atesoro todos los momentos compartidos en los muchos años que acercamos nuestros pasos para que este camino fuera como ha sido.

Por el corazón que nos prestamos y por tanta compartida soledad (2), gracias.

Un abrazo,

Leandro,
tan joven y tan viejo, “like a rolling stone” (3) .

PD:     Si lo que escribí te gustó es porque lo viste y lo viviste así.
Lo que hice al escribir estas líneas fue contar de ti, de mí y de nosotros.
Me miré a mí mismo y representé a todos.
Podría estar tu nombre al pie, o el de otro y no el mío.
Si te gustó quedo satisfecho.
Una vez más me haces bien.
Como siempre.
Que sea recíproco es mi deseo.
Hasta el jueves, o antes, si así está dispuesto.


“Decir amigo / es decir lejos / y antes fue decir adiós.
Y ayer y siempre / lo tuyo nuestro / y lo mío de los dos.
Decir amigo / se me figura que / decir amigo / es decir ternura.
Dios y mi canto / saben a quien nombro tanto.”

Joan Manuel Serrat
Decir amigo, del disco Canción Infantil, 1974

  (1). Tomado prestado a Violeta Parra y a Mercedes Sosa
  (2). Tomado prestado a María Elena Walsh
  (3). Tomado prestado a Joaquín Sabina y a Bob Dylan

desde Maldonado, Uruguay