El legado
El legado
Me ingresaron a la sala y fui guiado hasta ella. Dormía y respiraba agitada. Hice abstracción de los monitores, del respirador, de los ruidos mecánicos, de su palidez e inconciencia y comencé a leer cerca de su oído en voz baja. Lo hice de pie, al lado de la cabecera de la cama.
Cada tanto detuve la lectura para mirarla. Quiero creer que escuchó atenta “Haldudos puede haber caballeros”, y que al terminar con “cada uno es hijo de sus obras”, su respiración se había serenado.
Cambié de libro y recorrí otras páginas en las que ella nos había introducido y guiado. La elección de las lecturas había sido el resultado de una tarea colectiva. Entre sus numerosos discípulos seleccionamos la lista de las obras y de los fragmentos mientras se esperaba la autorización, primero de los familiares, y por fin de los médicos, para ingresar en la sala. Hubo pocas discusiones, cada quien sugirió este o aquel texto y complementó la elección con un recuerdo: el entusiasmo con el que ella lo había leído, los comentarios que había hecho, las reflexiones compartidas y las emociones que había despertado, citando risas, “el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo”,y lágrimas, “de los sus ojos tan fuertemente llorando”.
Fui la voz designada para leerle. Lo hice con devoción, en cumplimiento de un deber sagrado, en agradecimiento y a cuenta de tantos dones recibidos. Me detuve después de “el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para nombrarlas había que señalarlas con el dedo”. Miré su rostro. Su expresión había cambiado. Continúe desde otra obra procurando dar a la voz la inflexión adecuada: “Recibí estas heridas el día de San Crispín. Los ancianos olvidan, pero incluso quien lo haya olvidado todo recordará aún las proezas que llevará a cabo hoy”.
Entonces respiraba tranquila. “Mágica, eso”, sentenció Rodríguez desde la última de las páginas. Dejé un beso en su frente y me fui con dos certezas a compartir: que no tenía remedio y que ella había escuchado.
Fue nuestra despedida, a la manera que ella enseñó.
Solamente restaba esperar el aviso para el que estábamos preparados de un final ya anunciado.