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Los lirios arrancados

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Cosas que (nos) pasan

Los lirios arrancados

Leandro Scasso Burghi

Nombre y destino

Hasta que punto el nombre con que la anotaron condiciona el destino de una persona es un tema por demás opinable.  Desde aquel que afirme sin duda un inmediato y espontáneo “para nada”, hasta el que sugiera en forma por demás analítica que el nombre de una persona expresa las expectativas depositadas por los padres en el niño propiciando por lo tanto un destino, se tendrán todos los matices de opinión.  En mi caso particular, las opciones que manejó la familia para nombrarme fueron: Facundo antes de mi nacimiento y Leandro posteriormente.  El elegido fue este último y más allá de las incontables veces en que fui y seré llamado equivocadamente Leonardo y Alejandro, llevé y llevo el nombre con mucho orgullo.  Reconozco que igualmente de duro para una criatura hubiera sido cargar sobre sí con el peso del nombre de Facundo.  Uno y otro son nombres pesados, si vale el concepto para ser aplicado a un nombre.  Leandro podrá ser Leandrito, en ocasiones, durante años o por temporadas, pero siempre pesa, sea por la historia, por la tradición familiar, por amor…

¿Dará lo mismo llamarse Tana que llamarse Juana?  En lo personal creo que sí, pero ¿usted que opina?  ¿Es lo mismo seguir al candidato Nicolás que a Nicomedes? ¿Podremos a ambos decirles Nico? ¿Y si es el novio de la nena? ¿Da lo mismo que el cuadro de sus amores se llame Jorge Wilstermann en honor del primer aviador comercial boliviano o que tome el nombre del Dr. Dalmacio Vélez Sársfield autor del código civil argentino?  Maldonado y Fernandino por no decir Deportivo y Atlético, ¿da lo mismo?  No da lo mismo, ¿cierto?  Pero aún afirmando que cada nombre es distinto y que deja su marca, hay que pensar mucho, caminar bastante, respirar hondo y es difícil de convencerse que en el nombre haya rasgos que determinen la forma de ser y de allí el destino.  Sin embargo, anunciando de antemano mi parecer que cada uno de nosotros no trae un destino escrito y que, si bien tenemos una partitura o un papel a interpretar, lo hacemos a nuestro libre albedrío dentro de ciertas condiciones impuestas y con nuestras innegables cuotas de inspiración, el texto que les propongo leer tiene que ver con cuentos más o menos verídicos que muestran una aparente concordancia entre el nombre y el destino, no ya de una persona sino del colectivo humano que compone una ciudad.

Maldonado ciudad

Nuestra ciudad de Maldonado debe su nombre al territorio donde fue fundada, en un proceso realizado en la búsqueda del lugar definitivo entre los años 1755 y 1757.  Es decir, al igual que muchos de nosotros, hereda el nombre de alguien o de algo, en este caso de la tierra.  Sus pobladores completarían posteriormente el nombre de la población al poner a Maldonado bajo la protección de San Fernando, de donde obtendríamos nosotros el gentilicio de fernandinos.

Tenemos entonces que la ciudad toma el nombre de la tierra.  Esta a su vez lo tomó de la bahía y de la isla.  Veamos.  El 19 de octubre de 1594 Felipe II, rey de España, en el primer documento en que se pone un nombre a la zona, ordenaba establecer una población en la isla de Maldonado.  Y toda la región: isla, bahía y tierra lo tomaron a su vez de un marino de la expedición de Gaboto, Francisco Maldonado, teniente alguacil de la nave Santa María del Espinar que en febrero de 1527 se quedó en estas costas, ya fuera obligado o por decisión propia. ¿Cuál fue el motivo? Varias hipótesis podemos plantearnos. Una sanción disciplinaria, la orden de buscar provisiones, de hacer contacto con los pobladores nativos, la decisión personal de comenzar una nueva vida en una nueva tierra y abandonar un destino seguro de muerte a su retorno o un entorno hostil a bordo de la nave son tan probables como la que aventuro: por razones políticas Maldonado fue objeto de un castigo ejemplar de destierro y abandono equivalente a ser muerto en vida.  Los motivos  que determinaron esta resolución habrían sido lo suficientemente importantes como para que 67 años después de haber sido ejecutado el desembarco, el hijo del rey que lo habría ordenado o alguien de su corte, reconociera el territorio por el nombre del desterrado.

Razones para el castigo sobraban para un Maldonado en febrero de 1527.  Pocos años antes, apenas cinco y seis años, dos Maldonado primos entre sí, Francisco y Pedro, nobles castellanos de Salamanca, habían sido ajusticiados por conspirar contra el rey Carlos V en la revolución de los Comuneros.  Tras la derrota de las fuerzas revolucionarias en Villalar el 23 de abril de 1521 ambos fueron decapitados: Francisco en forma inmediata el 24 de abril y Pedro en Simancas después de sufrir un año de prisión.  Hasta 1526 se registran asesinatos de jefes Comuneros.  Los años y las circunstancias llevan a pensar que el Maldonado abandonado a su suerte en esta última frontera del imperio español fue un perseguido político de la época.  En nuestro tiempo el castigo sería comparable a dejar a un cosmonauta en un astro, planeta o satélite, de los que hoy constituyen nuestra última frontera de conocimiento y exploración.

Salamanca y la importancia de llamarse Maldonado

La búsqueda de los Maldonado nos lleva a Salamanca en España, ciudad universitaria desde el siglo XIII y origen del dicho “lo que la naturaleza no da, Salamanca no presta”.

Una de las más emblemáticas casas de la docta ciudad es la llamada Casa de las Conchas hoy sede de una biblioteca pública.  El nombre proviene de la decoración con más de trescientas conchas de vieiras en sus paredes exteriores.  La caparazón del molusco que se encuentra abundantemente en nuestras playas y que asociamos con una conocida firma de estaciones de servicio fue adherida repetidas veces en los bloques de piedra como ornamento. 

El propietario original de la casa, construida cuando Colón cruzaba el Atlántico a fines del siglo XV, fue el doctor Rodrigo Maldonado de Talavera, caballero de la Orden de Santiago, catedrático de Derecho de la Universidad y que representó a los Reyes Católicos en las negociaciones y firma del Tratado de Tordesillas que determinara, entre otras consecuencias, que hoy en Brasil se hable portugués y castellano en el resto de América.  Las conchas, símbolo de la Orden de Santiago, estarían presentes en la casa por ese primer propietario, o tal vez por el hecho que su hijo, también llamado Rodrigo, se casara con Juana Pimentel en cuyo escudo familiar figuraban también las vieiras.  El siguiente heredero de la casa, nieto del Rodrigo Maldonado original, fue Don Pedro Maldonado Pimentel que perdió la cabeza en Simancas por orden de Carlos V. 
Además de las conchas, en la ornamentación de la fachada de la casa encontramos el escudo de los Reyes Católicos y el emblema de los Maldonado que aparece sobre el portal, en la esquina y repetido varias veces en el patio: cinco flores de lis distribuidas en el escudo como los puntos del número cinco en un dado, uno en el centro y loscuatro restantes dispuestos en forma radial.

Tenemos entonces a la familia Maldonado con sus reales puestos en Salamanca, a Rodrigo, dueño original de la Casa de las Conchas, miembro de la corte de los Reyes Católicos, los ideales de sus descendientes enfrentados al monarca Carlos V, a por lo menos dos de ellos, Francisco y Pedro, decapitados en cumplimiento de las reales órdenes y a un posible desterrado a la última frontera, otro Francisco Maldonado, el que nos tocara en suerte para nombrar este territorio.

Los lirios del escudo

Tal vez el cuento más interesante de los que aquí dejo escritos, si es que hay alguno,  sea la narración del cómo y el porqué los Maldonado tenían, o tienen si es que los títulos y blasones familiares permanecen todavía, cinco flores de lis en su heráldica familiar.  Woody Allen contaba de alguien que había ganado un sobrenombre en una apuesta a su propietario original.  Creo que todos conocemos algún apodo que proviene de alguna característica física o de personalidad que hace que se reconozca a alguien por un alias.  Hay también quien lleva el apodo a partir de una circunstancia marcada por una acción u omisión y, no podía faltar, de un observador atento que le endosó el nombrete. 

Un caso así sería el de los Maldonado si tenemos por buena la siguiente historia.  En ella se establecería que Hernán Pérez de Aldana, según unos, o Nuño para otros, señor originario de Galicia fue el fundador del apellido Maldonado.  El caballero, estando gravemente enfermo, había prometido realizar una peregrinación a Cataluña en caso de sanar.  En cumplimiento de su promesa y debido al agotamiento producido por el viaje volvieron las dolencias del convaleciente.  Con mala salud fue recibido en una iglesia donde estableció su lecho de enfermo.  Allí fue molestado por un tal Guillermo quien, según parece, no tuvo mejor ocurrencia que pararse sobre sus pertenencias y desoír los reclamos del doliente Don Hernán.  El asunto es que el de Aldana le prometió a Guillermo, y se prometió a sí mismo, que una vez recuperada su salud le haría pagar al otro la infame acción de poner sus calzados, con la humanidad dentro, encima de las cobijas, y tal vez el cuerpo, de un enfermo desconocido. 

Esto no hubiera pasado de una pelea “por cuestiones del momento” como dice la crónica policial a diario, si no hubiera sido que Guillermo era Duque de Aquitania y sobrino de Felipe II Augusto rey de Francia, mientras que Don Hernán era cercano a Alfonso VIII, rey de Castilla.  Enterado éste del reclamo de Don Hernán le envió, ya con buena salud, como embajador a la corte francesa para que pudiera hallar satisfacción en su honor.

Don Hernán relató al rey Felipe lo sucedido en la iglesia y por la intervención real el Duque Guillermo pidió perdón.  Sin embargo don Hernán no se sintió satisfecho y exigió que el ofensor se postrase ante él y permitiese que le pusiera los pies encima, humillación a la que no accedieron los franceses.  La escalada de violencia verbal terminó con el rey accediendo a que Guillermo y el de Aldana se batieran a duelo. Se pasó entonces a la violencia física:  duelo a caballo, con armadura, lanza, maza y espada, que terminó con el duque derrotado en el piso y don Hernán pronto a darle muerte, lo que fue impedido por la intervención de los presentes.  El rey Felipe pidió al de Aldana por la vida de su sobrino ofreciéndole a cambio lo que quisiera en bienes, riquezas y honores.  Hernán Pérez de Aldana le pidió algo que para el rey Felipe era muy difícil de aceptar.  El blasón del rey llevaba tres flores de lis y Don Hernán le pidió al rey le autorizara el llevar cinco flores de lis en el escudo de armas familiar.  El rey accedió a regañadientes a la solicitud del empecinado don Hernán.  Al consentir la petición, el rey Felipe le expresó que recibiera las cinco flores de lis como mal donadas, por haber sido otorgadas contra su voluntad. Desde ese entonces, el orgulloso Hernán Pérez de Aldana, decidió cambiar su último apellido por el de Maldonado, tomado directamente el “mal donado” de la frase del rey Felipe y comenzó a lucir por armas las cinco flores de lis en plata sobre fondo rojo sangre. Sus descendientes directos transmitieron el apellido Maldonado y su blasón, mientras que los laterales, que no habían recibido en su propia sangre los lirios mal donados, continuarían apellidándose y usando el escudo de los Aldana. 

En francés la expresión "mal donne" existe efectivamente y se usa cuando en un juego de cartas se hizo mal el reparto.  Fue una "mal donne" y se vuelve a repartir.  Se habla también de "mal donne" cuando se realiza una injusticia en un reparto.

Sobre maldiciones y destierros

Vivimos en una ciudad y en un territorio que tomarían el nombre de un desterrado.  Esta singular característica continúa presente en nuestra ciudad actual en la medida que, al haberse constituido en polo de emigración, el explosivo crecimiento demográfico la ha llevado a duplicar su población en los últimos veinte años.  Maldonado ha sido para muchos, como lo fue para los que habrían ordenado el destierro de aquel del que habríamos heredado el nombre, la última frontera. 

Esta frontera, en el lejano este de un remoto sur, ha sido elegida por gran número de personas como destino en procura de su bienestar, que en algún caso llegó a producirse y en otros quedó en vana ilusión.  El hecho que los locales se vieran desbordados en número y que no tuvieran ya de por sí demasiada tradición de localía, ha llevado a desarrollar la cultura híbrida que hoy tenemos.  En ella, el riquísimo patrimonio presente en la ciudad, en las bellezas de su entorno paisajístico y en sus pobladores, ya sea en forma palpable en los vestigios del pasado y en las obras de generaciones precedentes o en la intangible de tradiciones y de cuentos, ha quedado relegado a un segundo plano. 

El principal aspecto cultural local es el que toma más relevancia.  Como sociedad aluvional la tolerancia es un rasgo distintivo, el hecho de recibir a gente proveniente de los más diversos orígenes, de no preguntar al recién llegado sobre su pasado sino de aceptarlo con lo puesto como testigos de su segundo nacimiento. 
Pero claramente hemos fallado en la integración social.  El aumento de población, al realizarse sin una adecuada planificación estratégica que tuviera en claro de dónde partíamos y a dónde pretendíamos llegar, ha desnudado varias fragilidades: del entorno en que nos asentamos, de nuestra memoria común y de los valores que veneramos. 

No hemos sido capaces como sociedad de tomar conciencia del inventario de los recursos propios, los naturales y los producidos por el hombre, que son los fundamentos de las tan ansiadas como variables rachas de bonanza en la zona y menos aún de inculcar la necesidad de preservarlos, ya que si no los cuidamos por amor a lo propio, por lo menos podríamos hacerlo por interés en los beneficios que nos reportan.  En esa misma inconciencia y desconocimiento del rico pasado, del legado recibido y con el objetivo del codiciado bienestar económico inmediato a toda costa, hemos sacrificado muchas de las donaciones, tal como el alocado heredero derrocha a manos llenas los capitales, bienes y haciendas que a generaciones anteriores le han costado grandes esfuerzos obtener. 

Allí es donde está presente la maldición de los lirios arrancados y mal donados al primer Maldonado.  Maldición que a través de los siglos llega a los actuales fernandinos como una cachetada que nos deja doloridos y con sentimiento de culpa.  Por lo que hemos hecho en algunos casos, por lo que hemos dejado hacer en otros y por lo que no hemos hecho en muchos más.

Cada pintada a la Torre del Vigía, cada pegatina al Marco de los Reyes, cada pino que se corta sin reponerse, cada curso de agua contaminado por efluentes, cada balde, carro o tacho de arena robados a las dunas, cada bolsa de nylon arrojada en el monte, cada limpieza a pala mecánica de la basura de un baldío, cada nuevo fraccionamiento que alarga la ciudad hacia el oeste, el este o el norte mientras se vacía de gente el casco antiguo, obliga a extender la red de servicios y termina con el cinturón de chacras perimetrales, cada excepción constructiva que confirma la regla que el inversor tiene plenos poderes de hacer y deshacer nuestro presente y futuro, cada asentamiento en propiedad pública o privada, cada envoltorio tirado a la calle, son ejemplos cotidianos de lo que estamos haciendo en malgastar la herencia que recibimos, de vivir en convivencia forzada en una ciudad a la que parecemos no querer. 

Y cada uno de nosotros pasa, mira y espera que cese la agresión. O culpa a los intendentes por su acción o inacción. O responsabiliza de todo a las herencias malditas.  En eso no podemos tener dos opiniones: tamaña herencia maldita será la que dejaremos de aquí en más, quedando para los actuales moradores y gobernantes el estigma de ser la generación que recibiera esta tierra maravillosa y su rico patrimonio, y de haberlo degradado y malvendido a extremos que hubiera resultado difícil imaginar tan solo unos pocos años atrás.  Herencia maldita que está ligada al nombre del que arrancó los lirios, por lo mal donados que, aparentemente, nos fueron los bienes en cuestión. 

Apelo a la rebeldía colectiva de hacernos merecedores del patrimonio recibido y de ser conscientes continuadores del legado.  En definitiva, que el posible destino implícito en el nombre Maldonado no se materialice en este tiempo que nos toca vivir por nuestra propia responsabilidad.  Espero que sepamos actuar sabiamente para revertir los daños y aprender a convivir con nuestra ciudad, por Maldonado, por los míos y por los suyos, los que nos heredarán. ¡Y que usted lo vea!